martes, 30 de abril de 2013

El día que fui futbolista.

Era el año 1994 y con mucho orgullo mis papás me habían inscrito en el colegio que ellos sentían el más apropiado para aprender todo lo referente a las matemáticas, biología, español, inglés, física, química y otra cantidad de materias y para obtener valores aparte de los que me habían dado en mi casa.

En medio de esa formación que mis papás querían para mi estaba la interacción con mis compañeros y que lograra tener amigos que me duraran toda la vida. ¿Cuál era el método más fácil?, comprarme un balón de fútbol para jugar en los descansos, ser el dueño del balón; Esa estrategia ayudaría a que conociera gente y que no fueran duros mis días allá.

Pasaban los primeros 10 días de haber entrado al colegio (A cursar transición) y llegaba en la mañana con el balón. Evidentemente mis compañeros lo notaron y me hicieron saber que querían jugar en el recreo, entre ellos un niño gordito, alto, de pecas en la cara y pelo rubio. En el momento no tuve problema y esperé que fueran las 8:30 am para comer lo que tenía en la lonchera y jugar con los que pensé que serían mis amigos.

8:35 am y se viene el pitazo inicial. Ya con el estomago lleno, el mismo muchacho gordo, alto y de pecas en la cara de apellido Riveros me dice que hagamos pica-pala para escoger los equipos. De entrada gané en el juego y sin conocer a los niños hice mi 11 inicial. Nos preparamos para enfrentar el partido y el balón sale al ruedo. En medio de un partido vibrante de niños en que todos corren detrás del balón empieza a tener un sentido especial este partido, era mi equipo contra Riveros.

Cuando transcurría la mitad del recreo, un compañero mío levanta el balón con un pase e intencionalmente Riveros toca el balón con la mano y yo, como dueño del balón, decido parar cobrar la falta. A Riveros no le gustó mucho mi decisión y empezó a decirme cosas donde mi única alternativa fue amonestarlo. Sin pensar en las consecuencias eso enfureció más al capitán del equipo rival y lo expulsé, argumentando que yo como dueño del balón podía tomar ese tipo de decisiones.

Tomé el balón en mis manos y me dirigí al lugar donde se encontraba el rodadero y la balanza. Cuando me doy la vuelta, Riveros en medio de su mal genio se voltea y me empuja y con más adrenalina que técnica olvidé que era más grande que yo y nos fuimos a los golpes.

Ya no existía arbitro que valiera, ya no había orden, se necesitaba de autoridad y así lo hizo notar el coordinador de primaria que nos llevó a su oficina, y al mejor estilo de la comisión arbitral nos sanciona con 1 día sin asistir al colegio notificandole el mal comportamiento a nuestros padres.

9 años después me volví a encontrar con Riveros en otro colegio donde estudiamos los dos y fuimos grandes amigos dentro y fuera de la cancha. Esta columna era solo para plasmarles a ustedes lectores que fui suspendido en transición, a los 10 días de haber entrado al colegio. Pero lo más importante, para mostrarle que desde el campo entendí a los 6 años que la calentura es normal en un partido, y que juzgar a un futbolista por lo que pasa en el campo es no haberlo vivido nunca en carne propia.

Los problemas del campo, se quedan en el campo.

Felipe Correa Vargas.

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